VALÈNCIA. Han pasado más de veinte años desde que Danny Boyle, acompañado en el guion por Alex Garland, revolucionaran el cine de ‘zombies’ aportándole una nueva dimensión. Así, las criaturas adquirían una presencia más real e inquietante al ser víctimas de un virus derivado de la rabia que convertía a las personas en ‘infectadas’, lo que les proporcionaba unas cualidades de extrema agresividad y una rapidez inaudita hasta el momento.
28 días después tenía también otra particularidad, su capacidad para introducir las nuevas tecnologías para experimentar con la imagen, lo que la convirtió en la primera gran producción rodada en formato digital.
En cualquier caso, imágenes como la de Cillian Murphy paseando por las calles vacías de Londres después del apocalipsis, se han convertido en icónicas y se encuentran en incrustadas en el imaginario colectivo.
Ahora, el tándem Boyle/ Garland vuelve a reunirse para resucitar una saga que tuvo una estupenda continuación a cargo de Juan Carlos Fresnadillo. No se sabe hasta qué punto esta recuperación de la franquicia no deja de ser oportunista para los creadores (¿hacía realmente falta continuar con ella?). En cualquier caso, esta nueva película también se caracteriza por haber sido rodada mediante métodos poco convencionales, como con iPhones 5 y otras cámaras de una enorme ligereza para aportar un aspecto sucio y poco pulido que no se sabe hasta qué punto envejecerá bien o se convertirá con el paso del tiempo en un intento fallido de la utilización del digital más casero. Hay que reconocer, que la imagen es bastante fea.
En lo que se refiere a la narración, los responsables intentan ampliar el universo: hay infectados que se arrastran en por el suelo como morsas mórbidas, y también hay machos alfa capaces incluso de convertirse en reproductores. La historia se divide en dos partes: en la primera, un padre (Aaron Taylor-Johnson) se encargará de iniciar a su pequeño hijo en una especie de rito de paso a la madurez que consiste en salir de la isla donde se encuentran protegidos (que según se ha dicho simboliza una metáfora del Brexit), para introducirse en territorio de infectados para aprender a cazarlos y sobrevivir.
La segunda, cambia el elemento masculino por el femenino, cuando el niño intente por su cuenta encontrar a un médico que ayude a su madre (Jodie Comer) porque se encuentra muy enferma. Un viaje, en este caso sí de iniciación, que lo llevará a enfrentarse al verdadero significado de la muerte.
Como suele ser habitual en las ficciones escritas por Alex Garland también encontramos el elemento metafísico y espiritual, en este caso simbolizado en la figura de ese médico loco, interpretado por Ralph Fiennes, que parece sacado de Apocalypsis Now, en una especie de fortaleza que se ha construido con los años donde tiene una pira con todos los cráneos de las personas fallecidas, ya estuvieran infectadas o no, situándolas al mismo nivel.
El problema de 28 años después es que resulta complicado entender la propuesta. Después de una imagen de inicio de lo más potente, el resto, no deja de resultar de resultar de lo más caótico y da la sensación de que lo único que importa es el efectismo a un ritmo febril que impide que se genere una conexión con lo que está ocurriendo. Una propuesta que se fagocita así misma y que se parece confeccionada epatar más allá de cualquier otro interés.