MURCIA. Esta no es la típica historia de piratas. Cronológicamente nos situamos más allá de 1609 en la ciudad de Lorca, un año clave para comprender esta leyenda pues musulmanes y judíos fueron expulsados de la península ibérica de forma definitiva. En acto de represalia y a modo de venganza, muchos de ellos se enrolaron en la filas de piratas corsarios que asaltaban las ciudades costeras de España. En cierto modo, hemos de entender que familias enteras con varias generaciones a sus espaldas se vieron obligadas a dejar la tierra que les vió nacer y enfrentarse a un futuro incierto.
Fueron acogidos con los brazos abiertos por esos enemigos de la Corona Española, puesto que de esa manera podrían infringir más daño y ser más letales en sus ataques e incursiones, a la par que eficaces. El motivo era muy simple: esas familias expulsadas conocían perfectamente los lugares de entrada y salida, así como los escondites. De esta manera, harían lo que se conoce como guerra de guerrillas: aprovechar el conocimiento que se tiene de un lugar para provocar la sorpresa y la indefensión de quienes son atacados.
La manera de proceder era muy simple: al anochecer, aprovechando la oscuridad y las sombras, cuando la ciudad duerme y no se espera un ataque mortal. Una vez dentro, las casas eran quemadas; los hombres eran torturados hasta pedir su muerte, en ocasiones quemados vivos ante su familia; las mujeres y los niños eran secuestrados para ser vendidos como esclavos en el norte de África; y la ciudad masacrada, tanto a nivel social como urbanístico. De esta manera, se infringía mucho más daño a la propia Corona, pues al drama vital se unía el económico en dos vertientes: menos manos para generar riqueza y el gasto de la propia Corona, que en ocasiones trataba de recuperar a los prisioneros pagando un rescate.
La situación llegó a ser tan insostenible que Felipe II le encarga a su primo Antonelli, ingeniero real, que plantease un plan de defensa ante estos ataques. Una de las primeras cosas en las que se pensó fue en realizar una gran muralla de varios metros de altura que cubrieses toda la zona del sureste español, desde Pilar de la Horadada hasta Cabo Cope, pero esta idea, aunque efectiva, no resultaba práctica pues el coste económico era faraónico. Por ese motivo se decide realizar torres vigía a lo largo de la costa que se comunicasen entre sí con señales de humo durante el día y de fuego durante la noche, para así poder avisar de cualquier peligro e intento de ataque pirata. Construcciones como la Torre de la Encañizada en el Mar Menor, la Torre de Santa Isabel en el Puerto de Mazarrón o Torre de Cope en Águilas toman forma de este proyecto. Y, así, pudieron defenderse las zonas de costa del Reino de Murcia.
La costa no era la única forma de llegar. Las cerámicas de producción local las podemos ver desde época islámica en zonas como Granada o en Paterna Manises, dando buen ejemplo de que el río era utilizado como canalizador comercial y nexo de unión entre pueblos alejados, pues era mucho más fácil y económico transportar mercancía por el cauce del río que no por las vías terrestres. Así pues aquello que era beneficioso para el desarrollo económico fue utilizado como vía de entrada para atacar y destrozar la ciudad.
Juicios, interrogatorios y torturas

- Convento de La Merced en Lorca -
- Foto: Región de Murcia Digital
Es por este motivo por el que una de las medidas que se adoptó fue la de gestionar vigilancia en el acceso de la ciudad por su vertiente oeste mediante la construcción del Convento de La Merced de Lorca, dentro de la Orden de los Monjes Mercedarios, cuya misión era la de vigilar y ser el brazo armado de la Iglesia en estos momentos. A poco que conozcamos la ubicación del convento (antigua oficina de urbanismo) entenderemos mucho mejor lo que estamos comentando pues se encuentra a escasos metros del cauce del río, siendo un lugar estratégico como primera línea de defensa y advertencia ante el enemigo. Hemos de recordar que los monjes mercedarios estaban obligados -bajo juramento- a realizar todo lo que fuese necesario a la hora de salvar a un rehén cristiano de las fauces de los piratas, llegando incluso a intercambiar su vida por el prisionero. Es muy curioso comprobar, de la misma manera, cómo la misma Orden de la Merced es la encargada de realizar los oficios religiosos en las cárceles actuales.
En este sentido hemos de recordar que lo habitual era mantener al preso con vida en el convento mercedario, mientras que los juicios, interrogatorios y torturas eran realizados en otros lugares sacralizados, como el Convento de San Francisco (hoy sede del Paso Azul) o, posteriormente, el Convento de Santo Domingo. Los traslados desde el lugar donde estaban presos hasta la zona donde se realizaban los juicios eran secretos para evitar los posibles rescates del reo, y tenían varias rutas por las que nunca se repetía el mismo recorrido.
Es en este contexto en donde encontramos referencias a la leyenda, pues se dice que uno de los musulmanes expulsados años atrás y que era conocido como uno de los más virulentos piratas fue capturado por la guardia real y llevado preso al Convento de la Merced. Como era de esperar fue acusado de herejía y llevado ante la inquisición, que en aquellos momentos los interrogatorios eran realizados en las entrañas del Convento de Santo Domingo, hoy sede del Paso Blanco. Se dice que durante una de las torturas tuvo una revelación de Fe, entendiendo que el cristianismo era la religión verdadera y acogiéndola como suya propia, convirtiéndose en cristiano y en monje mercedario. Desde entonces ayudó a los cristianos en su defensa contra las incursiones corsarias y fue reconocido como uno de los monjes que más cristianos salvó de una muerte segura.